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The Viceroyalty and the colonial period. Sucedió en el Perú video y relato del programa[]
Virreynato. Economía y Sociedad.[]
300px|left La conquista española significó la implantación de una nueva organización social y económica en el Perú que combinó elementos hispanos y andinos. En un principio se crearon las encomiendas por las cuales grupos de indios quedaban obligados a pagar tributo a un español quien tenía la misión de evangelizarlos. Luego se organizó la explotación de minas, haciendas y obrajes recurriendo a la mita, un sistema usado por los incas para movilizar la mano de obra indígena. En tiempo del incario, la mita era la obligación de trabajar por turnos en las tierras del inca, en labores artesanales y en obras públicas.(Insert illustration: Llegada de los españoles).
Entre 1569 y 1581 el virrey Toledo dictó un conjunto de leyes que reglamentaron la mita y el pago del tributo indígena. La población india fue concentrada en “reducciones” o pueblos a la manera española, alterando la organización de los ayllus y cacicazgos tradicionales. Estas reducciones tenían el objetivo de mejorar la recaudación del tributo y el funcionamiento de la mita. La reducción seguía el patrón hispano del pueblo con la plaza de armas como espacio central donde se erigía la iglesia, la municipalidad, la escuela y la cárcel pública. (Insert illustration: Virrey Toledo).
La economía colonial se fundamentó en la explotación minera, las haciendas y los obrajes que eran articulados por un dinámico comercio interno y que, en el caso de las minas de oro y plata, abrió las puertas a un comercio trasatlántico. En 1545 se descubrió de modo casual la mina de Potosí, la más rica del Nuevo Mundo. La extracción de la plata atrajo una gran población de trabajadores y se formó una ciudad que en su época de mayor prosperidad, en 1572, llegó a tener 160 mil habitantes, siendo la ciudad más poblada del Nuevo Mundo.
Las minas alentaron el comercio interno y fueron un incentivo muy importante para la formación y el desarrollo de las haciendas, así como para la producción textil de los obrajes. Era necesario alimentar y vestir a la indios mitayos y de jornal que realizaban la extracción y el refinamiento de los minerales. Las haciendas empezaron a producir alimentos, carnes, coca, aguardiente y vino para abastecer a las minas. Los obrajes, también llamados chorrillos cuando eran unidades pequeñas, se especializaron en la producción textil de ropa de lana. Estos productos eran transportados por recuas de mulas y llamas, dinamizando la economía colonial.
Las minas, las haciendas y los obrajes tenían como fundamento el trabajo indígena y como objetivo la extracción de excedentes para beneficiar a sus propietarios y a España, a donde se trasladaba los metales preciosos. También se recurrió a la importación de esclavos de origen africano para las haciendas de la costa, particularmente las plantaciones de caña de azúcar y algodón, porque se creía que los negros eran más resistentes a las duras jornadas de trabajo.
En la explotación del indio y los esclavos participaron además de propietarios y comerciantes, las órdenes religiosas como la Compañía de Jesús que era dueña de grandes haciendas, y los burócratas que deseaban incrementar sus ingresos con negocios comerciales.
Las haciendas
El origen de la hacienda se encuentra en las mercedes de tierras que otorgaba el rey a los conquistadores por servicios prestados a la corona, como forma de pago a funcionarios reales y a los españoles que fundaban ciudades en el Perú. Es decir. la propiedad jurídica de las tierras derivaba exclusivamente de las Cédulas Reales, aunque el virrey y, por un tiempo, los cabildos también podían conceder tierras.
Sin embargo, muchos españoles obtuvieron tierras por usurpación, donación de curacas y posesión de facto de tierras abandonadas, por lo cual se realizó una “Composición General” de tierras en 1589 para realizar un catastro y legalizar a los propietarios que no tuvieran títulos. La corona española ordenó varias composiciones porque éstas le proporcionaban ingresos fiscales por legalizar la posesión y vender las tierras “vacas”.
En una etapa previa a la formación de la hacienda, aparece la estancia ganadera de los encomenderos como una forma de ampliar sus utilidades, debido a que el descenso demográfico contrajo la recolección del tributo de los indios. El valor de las estancias estaba en el ganado y los pastos. La tierra se trabajaba poco pues la producción agrícola proviene básicamente de los ayllus y comunidades indígenas.
La formación de una hacienda suponía la inversión de capitales en canales de regadío, molinos y trapiches, construcciones diversas para el ganado y mano de obra estable para trabajar la tierra. Esto significa que la tierra aumenta su valor y se convierte en una unidad productiva con una administración centralizada. Este proceso se logró entre fines del siglo XVI e inicios del XVII.
La producción de las haciendas tenían como finalidad el comercio. Por un lado, de panllevar, carne, aguardiente y vino para las ciudades y la población de las minas. En este caso, el hacendado combinaba la producción con el comercio para lo cual contaba con recuas de mulas para el transporte. Por otro lado, había haciendas especializadas en productos de exportación como la caña de azúcar que se cultivaba en las plantaciones de la costa.
Las haciendas más importantes pertenecieron a los jesuitas quienes tenían la capacidad de realizar grandes inversiones y tenían acceso a la mano de obra indígena. En el período colonial los jesuitas fueron conocidos por su eficiente administración de las haciendas y fueron dueños de las más extensas del Perú, como fue el caso de la hacienda Villa en la costa limeña.
Las fuentes de mano de obra india eran básicamente dos: la mita y los yanaconas, estos últimos eran indios “forasteros” que se desligaban de su comunidad para no pagar el tributo y eran atraídos por los hacendados; vivían permanentemente en la hacienda y recibían un pedazo de tierra que trabajaban para la manutención de su familia. La condición de los yanaconas eran similar a los siervos de Europa y daba rasgos feudales a la sociedad colonial. Pero los hacendados de la costa también recurrieron a la mano de obra esclava, especialmente para la producción de caña de azúcar.
El otorgamiento real de títulos de propiedad a los españoles, dio lugar desde el siglo XVII a un dinámico mercado de tierras que posibilitó la expansión de la gran propiedad. Se formaron latifundios sobre la base de la compra de tierra de pequeños propietarios y la usurpación de tierras de comunidad. Este último mecanismo generó numerosos y prolongados litigios y conflictos entre las comunidades y los hacendados.
Las haciendas fueron tal vez la institución más sólida de la economía colonial, pues las minas tenían ciclos de auge, pero luego decaían, como ocurrió con Potosí en el siglo XVIII. La hacienda absorbió masivamente la mano de obra india, generó un dinámico comercio y estructuró la geografía del Perú colonial. Eran grandes unidades de producción que articulaban la producción agrícola, con la pecuaria, la artesanal y el comercio. Las haciendas sobrevivieron a la colonia y con procesos de modernización llegaron hasta el siglo XX.
Los obrajes
Los obrajes fueron una institución de creación colonial, sin precedentes en España, y se nutrió de la tradición textil indígena. En un inicio los indios pagaban el tributo con tejidos que el encomendero comercializaba, pero luego se organizaron los obrajes con el objetivo de aprovechar la lana del ganado ovino que introducían los españoles. El primer obraje surgió hacia 1545 con mano de obra de los indios que dependían de los encomenderos.
No obstante, la mayoría de obrajes surgió décadas después, hacia 1570, como una unidad productiva que funcionaba al interior de la hacienda y estaba integrada a ella. Casi exclusivamente se ubicaban en las zonas rurales. La producción de los obrajes estaba orientada a satisfacer la demanda de ropa, paños, mantas y frazadas de las minas y ciudades. La mano de obra era femenina y masculina, proviniendo buena parte de la mita. Las jornadas de trabajo eran largas y muy duras, por lo que fue reglamentada por Francisco Toledo en 1577, quien dictó las primeras ordenanzas de obrajes.
Los obrajes trabajaban la lana de oveja, y secundariamente el algodón y la lana de alpaca. Un obraje típico reunía todas las fases de la producción manufacturera, desde la elaboración de la lana hasta el acabado final que se daba al tejido que salía de los telares. El obraje era una construcción con varios patios y con espacios para el almacén, el laboreo de la lana, el proceso de hilatura, la preparación de la urdimbre, los telares propiamente dichos, el proceso de teñido y el acabado final. En mucos casos se construía el obraje cerca de un río para aprovechar la energía hidráulica que movía el batan de piedra que enfurtía o daba forma a los tejidos. Próximo al edificio del obraje se construían las rancherías donde vivían los operarios, pues la tendencia era a albergar a los trabajadores permanentes. Finalmente, el obraje solía incluir un calabozo donde se destinaba a la mano de obra presidiaria, pues muchos indios eran castigados enviándolos a trabajar a los obrajes.
Cuando la empresa textil no cubría todas las fases de la producción manufacturera se les denominaba chorrillos. Se trataba de unidades productivas que realizaban solo algunas fases de la producción textil y vendían su producción o contrataban los servicios de los obrajes para culminar con el proceso de acabado y poder comercializar sus productos. Los chorrillos no significaban grandes inversiones y hubo además de españoles, propietarios mestizos y caciques, y hasta se ha registrado algún chorrillo de propiedad de una comunidad.
Por lo general, los chorrillos eran de dos tipos: los chorrillos-hacienda que constituían una actividad complementaria a la agrícola, asumidas por haciendas pequeñas de modo doméstico, con muy pocos empleados externos; se ubicaban en zonas rurales. En segundo lugar, los chorrillos-vivienda que tenían base familiar y por lo general estaban ubicados en zonas urbanas, dirigidos muchas veces por mujeres. Los chorrillos tuvieron su apogeo en la segunda mitad del siglo XVIII cuando los obrajes empezaron a decaer.
Pero la producción textil colonial era más compleja, pues junto a los obrajes y chorrillos existía una red de indios artesanos y tejedores domésticos que se dedicaban a la urdimbre de telas y la producción de “ropa enjerga”, es decir, tejidos sin acabar, que eran vendidos a obrajes y chorrillos. Se trataba de una actividad que completaba la economía agrícola de las familias indias que necesitaban agenciarse recursos monetarios para pagar el tributo.
Las jornadas de trabajo en los obrajes eran largas y muy duras. Por lo general, la mano de obra era conseguida mediante la mita y se cometían muchos abusos y atropellos; los operarios trabajaban encadenados y se empleaba a niños indios. En 1664 el virrey Diego de Benavides y de la Cueva dio una ordenanza de los obrajes que redujo en algo los maltratos. En 1711 la Corona suprimió los obrajes en un intento de acabar con los abusos, pero siguieron funcionando hasta las inicios de la república. Los indios odiaban el sistema obrajero y en el levantamiento de Túpac Amaru en 1780 y de los hermanos Angulo en 1814 fueron blanco del ataque y el incendio de los rebeldes.
Los obrajes fueron un sistema de producción de tipo industrial, pero se convirtieron en un lugar de explotación y sufrimiento de los indios, comparable al trabajo de las minas. A fines del siglo XVIII estaba desprestigiado y era ampliamente rechazado por los indios.
La esclavitud
Los españoles introdujeron la esclavitud en el Perú. El sistema esclavista era una institución antigua y cuando se descubrió América los comerciantes portugueses se especializaron en el comercio de esclavos africanos, traídos especialmente de Guinea, Angola y Congo. En Centroamérica se formaron haciendas azucareras y de algodón sobre la base del trabajo esclavo, siendo la otra gran área de ocupación de los esclavos el servicio doméstico. Durante el período colonial era un símbolo de estatus social la posesión de sirvientes esclavos, por lo que las familias más adineradas empleaban a numerosos esclavos para demostrar su poder económico.
Los esclavos negros llegaron con los primeros conquistadores, como sirvientes y auxiliares de guerra. La primera licencia para introducir esclavos al Perú le fue concedida a Pizarro y desde entonces cientos de esclavos negros llegaron a las costas del Callao para ser trasplantados al servicio doméstico y las haciendas de la costa. Por lo general los esclavos eran clasificados en “bozales” y “ladinos”, los primeros eran aquellos que no hablaban español y venían casi directamente del África, mientras que los segundos sabían el idioma español y estaban relativamente aculturados. La tendencia era a emplear a los bozales en el trabajo agrícola y a los ladinos en el servicio doméstico.
La esclavitud era una realidad aceptada por la sociedad colonial y los propietarios pertenecían a prácticamente todas las clases sociales. Comerciantes, hacendados, militares, burócratas y religiosos eran dueños de esclavos, pero también mestizos, indios y hasta ex esclavos. En realidad, todo aquel que tuviera el capital para comprarlos y no estuviera impedido de poseerlos. Por lo general, los miembros de la clase alta tenían numerosos trabajadores para el trabajo en sus tierras y el servicio doméstico, en tanto que los indios y los ex esclavos apenas eran dueños de dos o tres esclavos a quienes enviaban a alquilarse en la ciudad, por lo cual recibían una renta.
Según la legislación colonial, los esclavos pertenecían al escalón más bajo de la estructura social. Se les consideraba un objeto y tenían muchas restricciones, aunque también eran protegidos por las leyes, sobre todo con respecto a la sevicia o el castigo cruel. En 1680 la Recopilación de las Leyes de Indias consolidó la situación subordinada del esclavo negro. Los esclavos estaban prohibidos de acceder a la educación formal, a tener propiedad y en diferentes momentos, se les negó el ejercicio de ciertos oficios, así como el uso del caballo, de armas y de libre movilización. Esto contrajo los mecanismos de movilidad social de los esclavos.
Según la ideología de la época los negros eran una raza inferior, casi bestias de carga, a las que había que mantener rigurosamente controlada, procurando que no contaminara a las demás. Si bien las leyes y el discurso racista propendían a la segregación racial, es decir, a evitar la mezcla entre españoles y negros, lo cierto es que se produjo un importante mestizaje. A los descendientes de negros con otras razas se les llamó mulatos, zambos, zambaigos, quarterón y otros. Este mestizaje “racial” era producto de la dominación pues casi siempre se trataba de un español que abusaba de sus esclavas negras.
El trabajo esclavo se concentró en la agricultura antes que en la minería, pues diversos testimonios relatan que los negros no soportaban vivir en climas fríos. Los esclavos fueron especializados en el cultivo de la caña de azúcar, la vid y el trigo. Las haciendas de este tipo estaban orientadas al comercio y la exportación. Los esclavos participaban no sólo de las labores agrícolas, pues al interior de la hacienda desempeñaban diversos oficios como carpintero, artesanos, operarios del trapiche, limpieza, venta de productos, transporte y el cuidado del ganado. Los jesuitas fueron los mayores propietarios de esclavos del Perú. Ellos administraban las haciendas más rentables de la colonia y al momento de su expulsión, en el año 1767, eran dueños de 5,224 esclavos, la mayoría de ellos trabajadores de los cañaverales y viñedos de la costa.
Las jornadas de trabajo de los esclavos de hacienda eran prolongadas, por lo general desde el amanecer hasta la puesta del sol. Sus raciones de alimento estaban basados en el zango, una especie de mazamorra de harina y un poco de carne. El caporal vigilaba el trabajo esclavo y estaba autorizado a emplear el látigo para exigir el cumplimiento de las jornadas. Nunca faltaba un cepo y una prisión para castigar a los esclavos rebeldes. En las horas de descanso eran concentrados en el galpón, una construcción rudimentaria en la que se acondicionaban cuartos pequeños para albergar a las familias o grupos de solteros. Es decir, el esclavo negro soportaba un duro sistema de dominación que sólo buscaba su explotación económica. Estas duras condiciones de trabajo dieron lugar a algunas revueltas al interior de las haciendas y a la muerte de los caporales. También a numerosas fugas de negros a quienes se les llamaba cimarrón.
En cambio, los trabajadores urbanos podían tener condiciones laborales menos duras. Los que no se dedicaban al servicio doméstico de sus amos, se dedicaban por lo general al trabajo de jornal. En este último caso se trataba de esclavos que eran enviados por sus amos a buscar trabajo y estaban obligados a entregar una renta a sus amos. Los trabajos eran muy diversos como artesanos, albañiles, vendedores callejeros, cargadores, aguadores, arrieros y otros. Los negros a jornal eran numerosos y tenían ciertas ventajas porque si era un buen artesano o un hábil vendedor podía acumular el dinero suficiente para comprar su libertad, como ocurrió en varias ocasiones. Sin embargo, la vida en la ciudad no era fácil y el esclavo a jornal solía huir. El castigo de un negro que huía de su amo era ser confinado en la panadería, donde se trabajaban largas horas encadenado y eran azotados por los caporales. Mientras permanecía en la panadería el amo recibía un jornal del dueño del negocio.
La mayoría de esclavos vivía en la costa, particularmente en Lima, Trujillo y Lambayeque. Se calcula que en Lima vivían en 1790 17,881 esclavos y 10,231 negros libres, sumando un total de 45% de la población de la capital. Algunos viajeros de la época describían a Lima como una ciudad de negros. Esto se debía a que los negros difundieron y recrearon su cultura: creencias, comidas, fiestas, música, bailes y danzas, como la popular “Danza del Diablo” que se baila hasta hoy.
Al final del período colonial y la emergencia de la república, las minas y las haciendas continuaron siendo instituciones importantes de la economía peruana y entraron a constantes procesos de modernización, sobre todo las haciendas de la costa en la segunda mitad del siglo XIX por la demanda internacional de caña de azúcar y de algodón, y a fines del siglo XIX e inicios del XX las minas recibieron grandes inversiones de compañías extranjeras. En cambio, con la república los obrajes y chorrillos decayeron rápidamente debido al ingreso de ropa y textiles inglesas a bajo costo que acabaron con la industria local. El sistema esclavista, por su parte, continuó hasta 1854 cuando Ramón Castilla emitió el decreto que abolía la esclavitud y pudo acabarse con esta aberración colonial.
Invitados: Virreynato. Economía y Sociedad.[]
- Ileana Vegas (historiadora)
- Lucila Trelles
- Jesús Cosamalón (historiador)
- Maribel Arrelucea (historiadora)
- Miriam Salas (historiadora)
Virreynato. Evangelización y Arte Colonial.[]
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It happened in Peru
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